
La presidenta electa ha evitado siempre hablar de su familia y de su infancia. Pero hay una figura que ella ni siquiera menciona, y oculta en su álbum Ãntimo: su padre, Eduardo Fernández. Detrás de la historia simple de un chofer de colectivos se esconde una relación conflictiva entre padre e hija.
Quienes conocen esa etapa de la vida de Cristina aseguran que sentÃa cierta vergüenza de sus progenitores. Por eso buscó reinventar su historia, obviando parte de su pasado.
“Cristina intenta negar su pasado. Quiere controlarlo todo. Si fuera por ella, su vida arrancarÃa a los 22 años.” Quienes la conocen en la intimidad, saben que a Cristina Fernández de Kirchner no la inquietan la posibilidad de que alguien consiga adentrarse en ciertos capÃtulos de su historia.
Ella distribuye con cuentagotas los recuerdos de su niñez y adolescencia en Tolosa. Casi nunca va a La Plata. No se muestra más que lo mÃnimo y necesario con su madre, Ofelia Wilhelm, y su hermana menor, Giselle, a quienes les tiene prohibido hablar con los medios. Pero hay una figura clave en el rompecabezas familiar que ella parece querer mantener en el más secreto olvido: la de su padre, Eduardo Fernández. Hasta hoy sólo permitió que contaran que era un chofer de colectivos, devenido luego en accionista de una empresa de transportes, que falleció en 1982. Y no más. Tampoco nunca nadie habÃa publicado una foto suya. ¿Por qué tanto hermetismo alrededor de la historia de un hombre común? ¿Qué es lo que motiva tanto misterio?
“Me encontré con Cristina hace un par de años en Luján. Emocionado me acerqué para contarle que mi viejo, mi cuñado y yo habÃamos trabajado con su padre, que era una persona excelente. Ella ni se inmutó. No me dijo ni una palabra. Me sorprendió su frialdad, pensé que como a cualquiera de nosotros le iba a gustar que le recordaran al viejo”, cuenta el hijo de uno de los socios que trabajó con Fernández toda la vida.
El “tarta”. El padre de la presidenta electa tiene la historia común de un hombre común. Hijo de inmigrantes españoles, ni bien terminó la primaria empezó a trabajar. Con la ayuda de sus padres, Pascasio y Amparo, compró la mitad de un colectivo del Expreso City Bell, la antigua lÃnea 3 que unÃa esa localidad con La Plata, y se convirtió en el chofer del interno 10.
Las fotos lo muestran como un hombre blanco, pecoso, de una gran contextura fÃsica. Sin embargo, el rasgo que mejor lo definÃa y que más lo apesadumbraba era su tartamudez. Su compañeros de la lÃnea lo llamaban “el Colorado” Fernández, pero cuando querÃan hacerlo enojar le decÃan “Co-co”, cargándolo por su hablar entrecortado.
Las jornadas laborales en aquella época eran intensas. Los conductores cobraban por vuelta y debÃan cumplir turnos de hasta 14 horas por dÃa, una semana durante el dÃa y a la siguiente por la noche. “Al Colorado no lo asustaba trabajar, era un laburante. Aunque también es cierto que de joven le gustaba salir de noche y tenÃa éxito con las mujeres. Eso sÃ, era súper responsable, siempre llegaba a horario y si habÃa salido, ni se notaba”, recuerda uno de los empleados, que al igual que los mecánicos, choferes, y varios hijos de los primeros socios acepta compartir sus recuerdos con la condición de mantener su nombre en reserva.
Fernández fue uno de los 23 socios que dieron inicio a la compañÃa, y su crecimiento en la empresa se dio a la par de los demás. Durante muchos años trabajó como chofer, hasta que llegó a ser dueño de tres colectivos y, una vez formada la cooperativa, cobraba el monto correspondiente a su cuota parte.
A mediados de 1970 la comisión directiva del Expreso, integrada por Miguel y Pinamonte Valente, Francisco Di Girolamo y Carmelo Alico, entre otros, lo eligió jefe de personal, cargo que ocupó hasta su muerte, el 26 de abril de 1982. Un par de años antes los médicos le habÃan diagnosticado un cáncer de pulmón. Era un gran fumador, consumÃa más de un paquete de Jockey largos por dÃa y cuando se enfermó tuvo que empezar a faltar al trabajo, algo que no habÃa hecho en más de 30 años de carrera.
Después de su muerte su mujer se hizo cargo de su participación en la empresa, hasta su quiebra en diciembre de 2004. Pero nada fue lo mismo. “Ofelia era brava y no compartÃa los criterios del Colorado. Los socios nunca le perdonaron que no hubiera dejado pasar a algunos ex compañeros al velatorio de Fernández”, asegura uno de sus ex compañeros.
Quienes compartieron con él largas horas en las primeras terminales con talleres propios que la empresa tuvo atrás del Hospital Español en la calle 8, lo recuerdan como un hombre de carácter fuerte e irritable. “No era maleducado, de decir malas palabras, pero sà calentón. Cuando se enojaba podÃa gritar en el medio de la calle, o agarrarse a trompadas con alguno en el trabajo.”
De eso no se habla. “Era una casa extraña. Nunca habÃa un clima distendido. Excepto Giselle, que vivÃa alejada de todo eso gracias a su inocencia, Ofelia, Eduardo y Cristina eran más que independientes. El que vivieran todos bajo el mismo techo parecÃa una mera circunstancia”, comentan quienes compartieron la vida de los Fernández-Wilhelm, puertas adentro de su casa de la calle 522 bis, en Tolosa.
Los pocos testigos que conocieron su vida familiar y laboral aseguran que habÃa dos Fernández. Uno era el personaje divertido, que se hacÃa querer entre sus compañeros y socios colectiveros. Pero esa imagen se rompÃa adentro de su casa, cuando aparecÃa el hombre distante, que parecÃa más un visitante especial que un padre de familia. Por su trabajo estaba muy poco tiempo en la casa. Se iba a la mañana temprano y volvÃa justo para cenar. Cuando la familia comÃa en la cocina, no habÃa demasiado diálogo. El silencio se disimulaba con la televisión, que siempre estaba prendida.
“Cristina tenÃa una relación distante con el padre. Ella y Ofelia prácticamente lo ignoraban, y todos aceptaban eso. La única que lo recibÃa con un abrazo era Giselle. Con ella Eduardo era más afectuoso, aunque no demasiado demostrativo”, comenta un amigo de la familia.
Muchos describen un hogar manejado por la figura avasallante de Ofelia. Pero pocos explican las circunstancias especiales que hicieron que las cosas se dieran de esa manera. Ofelia quedó embarazada de Cristina cuando estaba de novia con Fernández. Eso resultaba un escándalo para la época, que no se resolvió hasta que la pareja formalizó su situación, recién cuando su hija cumplió cinco años.
Sigue
Ese era un tema tabú en la casa. Pero aunque todos intentaban evitarlo, estaba siempre presente. “Ofelia jamás pudo olvidar la soledad de esos primeros años con su hija. Cristina jamás pudo superar la sensación de que su nacimiento no habÃa sido programado”, relata un familiar que pide el anonimato.
Tal vez por eso Carlos Wilhelm, el abuelo materno de Cristina, fue la figura masculina de mayor peso en su infancia y juventud. El también mantenÃa una distancia feroz con su yerno. Entre ellos el pasado pesaba. Cuentan que el padre de Ofelia vivÃa en una construcción en el fondo de la casa de Tolosa, con una de sus hijas. Durante el dÃa él se la pasaba en la vivienda principal, con Cristina. Pero se iba ni bien llegaba Eduardo, no querÃa ni cruzárselo.
Pero más allá de los hechos del pasado, a Ofelia y Eduardo tampoco los unÃa demasiado el presente que vivÃan. A él nunca le interesó demasiado el fútbol ni la polÃtica. Era antiperonista acérrimo y festejó cuando derrocaron a Perón. Ella siempre fue fanática de Gimnasia y Esgrima de La Plata y una reconocida militante peronista y “evitista”.
“Más que discusiones, entre ellos reinaba una indiferencia total. Jamás los vi saludarse con un beso, ni hacer planes juntos. Sé que a Cristina la relación de sus padres la marcó mucho. Ella padecÃa todo esto, por eso estaba tanto tiempo fuera de su casa”, recuerda uno de sus Ãntimos.
“Mi hermano era un señor. Siempre vivió orgulloso de sus hijas, y se preocupó para que nunca les faltara nada”, explica a PERFIL Sara Fernández, hermana de Eduardo y tÃa de Cristina.
—¿Por qué ella habla tan poco de su padre?
—Se dice lo que se quiere decir... Generalmente cuando un matrimonio se separa, los hijos escuchan una de las campanas, la de la madre.
—¿Ofelia y su hermano estaban separados?
—Formalmente no
Reina Cristina. “Cristina renegaba de su familia. A veces siento que le daban vergüenza. Le molestaba el barrio humilde donde vivÃan, la casa adornada con flores de plástico y animalitos de porcelana... La incomodaba el fanatismo de su madre por el fútbol, y la simpleza de su padre colectivero. Por eso a partir de la adolescencia comenzó a construirse a sà misma, e intentó despegarse de su pasado”, comenta un Ãntimo amigo, que arriesga otra hipótesis para explicar por qué la presidenta electa intenta olvidar sus años platenses.
Los que respaldan esta sospecha, suman pruebas. Cristina no mostraba a su familia. Nunca festejó un cumpleaños con amigos en su casa, ni tampoco visitaba a sus parientes paternos. Como botón de muestra cuentan una anécdota. Un 31 de diciembre, pasó con unos amigos por la casa de sus tÃos, una parada obligada antes de seguir con sus planes. Cuando llegaron estaban todos en musculosa, brindando con la damajuana arriba de la mesa. Quienes la acompañaban en ese momento recuerdan que Cristina se puso colorada, y después del beso de rigor, dijo que tenÃa que irse. Huyó.
“No le gustaba hablar de su padre porque era colectivero, pero en cambio con Cafferata hacÃa ostentación. Tengo grabado en la memoria cuando corregÃa a los profesores y les pedÃa que la llamaran Fernández Wilhelm al tomar lista”, comentó su compañera Graciela Balassini a la periodista Olga Wornat, autora de la biografÃa autorizada de CFK.
Lo cierto es que cuando a los 16 años Cristina se puso de novia con el rugbier Raúl Cafferata, empezó a codearse con un estrato social hasta entonces desconocido para ella. Pocos meses antes, la mayor de los Fernández daba otro paso clave: dejaba atrás las aulas del popular Comercial San MartÃn para formar parte del alumnado del Colegio de la Misericordia, donde cursó los tres últimos años del secundario.
Algunos amigos todavÃa recuerdan lo que le costó convencer a Fernández padre para que se hiciera socio del exclusivo Jockey Club de La Plata. Sólo si él era aceptado, su mujer e hijas podÃan ingresar como invitadas. “Eduardo no querÃa, le parecÃa una tilingada. Finalmente accedió, pero jamás pisó el club.”
Esas preocupaciones de juventud parecen haber quedado atrás. Sin embargo, cuando su marido Néstor Kirchner le coloque el lunes 10 la banda presidencial, el pasado de esa chica de La Plata, que paseaba en el asiento de adelante del colectivo de papá, inevitablemente seguirá estando presente.
bastadelosk.blogspot.com
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