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Donde hay piquetes Cristina quiere poner orden


Desde un acto en Córdoba, la jefa de Estado cuestionó sin mencionar las protestas de los trabajadores de Kraft y reprobó que se impida el “derecho a circular, estudiar y trabajar”.

En su primera aparición pública después de la represión en las puertas de la fábrica Kraft-Terrabusi, Cristina Fernández de Kirchner cuestionó ayer sin nombrarlos a los trabajadores que el viernes fueron atacados con gases, palos y balas de goma por la policía montada y que quedaron detenidos por reclamar la reincorporación de 157 despedidos. En un acto realizado en Embalse Río Tercero, Córdoba, la Presidenta fue contundente. “Tenemos que terminar de promover la organización para impedir el ejercicio de los derechos de los otros, tenemos que organizarnos para ejercer nuestros propios derechos, que nunca pueden pasar por impedir que otro circule, trabaje o estudie, porque hace a la libertad”, afirmó. El elíptico cuestionamiento apuntaba a la decisión de los obreros de Kraft de cortar la Panamericana como forma de protesta y a los cortes de sus aliados en la ciudad de Buenos Aires.

La Presidenta se plegó así al discurso que comparte el empresariado, los voceros mediáticos del sálvese quién pueda y la clase media que, siempre que puede, se mira el ombligo. El discurso de Cristina es compartido también por su marido. Consultado por Crítica de la Argentina, el martes pasado en Lanús, el ex presidente se desligó. “La Presidenta va hablar del tema”.

Ante la extendida preocupación que se apoderó de la llamada “burguesía nacional” y los directivos locales de grandes trasnacionales, el kirchnerismo busca ahora reposicionarse como un interlocutor moderado. Los empresarios que ven crecer con nerviosismo la organización de las fuerzas de izquierda ahora revalorizan la “sensatez” del jefe de la CGT, Hugo Moyano. Lo mismo parecen intentar ahora los Kirchner.

Acostumbrado a que la oposición lo corra desde posiciones conservadoras, el gobierno nacional se autoconvenció en estos años de que es el único actor autorizado para hablar en nombre de los trabajadores y los sectores más vulnerables. Esa concepción se tradujo en una frase que los incondicionales del ex presidente solían repetir hasta hace poco: “A la izquierda de Kirchner está la pared”. Los últimos acontecimientos parecen indicar que en el descampado que había a la izquierda del santacruceño surgen ensayos que –aún modestos, embrionarios y contradictorios– alcanzan para generar histeria en las distintas vertientes del establishment y despertar el macartismo en funcionarios y dirigentes alineados con el oficialismo. En Embalse Río Tercero, Fernández de Kirchner decidió no referirse a la represión policial.

En el ámbito sindical, el matrimonio presidencial priorizó la alianza con Moyano y relegó a la CTA. La esposa de Luis Barrionuevo, Graciela Camaño, se lo dijo a Crítica de la Argentina hace diez días. “Kirchner nunca se peleó con el movimiento obrero”. La ex ministra de Trabajo de Eduardo Duhalde se refería a que el ex presidente jamás enfrentó a la CGT de Moyano ni a los Gordos, que mandaron tuvieron su tiempo de gloria bajo el menemismo. En cambio, el kirchnerismo nunca le quiso reconocer su legitimidad a los trabajadores del Subte que enfrentan a la conducción de la UTA, a Metrovías y al gobierno de Mauricio Macri. Esa opción, que hasta ahora no le había generado costos, empieza a tenerlos. Se hizo evidente cuando el Ministerio de Trabajo creyó que resolvía el conflicto en Kraft con el sindicato de la Alimentación que orienta Rodolfo Daer y dejó de lado a la comisión interna de la fábrica que conducía el conflicto. La diferencia la marca la irrupción de lo que algunos catalogan como un nuevo tipo de sindicalismo, con presencia de la izquierda partidaria pero también de nuevas generaciones de activistas que rompieron con los partidos y los miran con desconfianza.

En el gobierno nacional conviven setentistas, progresistas y miembros de organizaciones sociales con funcionarios, sindicalistas e intendentes que se paran en las antípodas de cualquier izquierda. Fueron ellos los que más festejaron ayer las palabras de la Presidenta.

Un encuentro con mucho fondo
Lázaro Llorens, desde Embalse

Hacía siete meses que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el gobernador Juan Schiaretti no compartían un acto institucional. En el reencuentro, no hubo alusiones directas, pero sí buenos gestos: horas antes de que la Presidenta llegara a Embalse, la Nación giró a Córdoba 124 millones de pesos correspondientes a la deuda que tiene con la Caja de Jubilaciones y a una cuota del Programa de Ayuda Financiera (PAF). Por su parte, el gobernador de Córdoba, sabiendo del gran rechazo que tiene el gobierno nacional en el interior cordobés tras el conflicto con el campo, accedió a subirse a un palco con la Presidenta.

Sobre el escenario, rodeado de enormes panes elaborados por los integrantes de los bancos Popular de la Buena Fe, hubo rostros tensos, miradas esquivas, pero también más señales. La Presidenta comenzó su discurso hablando de los “compañeros”. Luego hizo callar una silbatina al gobernador cordobés. Y Schiaretti terminó su arenga pidiendo “tolerancia a los que piensan distinto”.

criticadigital.com

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